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domingo, 11 de mayo de 2014

Historia de Amor

“Lanzó un terrible alarido.  Se había vuelto loco”. 
Con esas palabras solían terminar los relatos de horror. 
Este hombre no lanzó alarido alguno. Se volvió loco sin gritar. 
Nada más iba y venía por todos lados preguntando por su mujer y su hija. 
“¿No las han visto?” -interrogaba con angustia.
Al principio le decían que estaban muertas, que no las buscara más.
Después ya no.  Le contestaban solamente: “No; no las hemos visto”. 
Preguntaba en la casa de su esposa y en las de sus amigas. 
Preguntaba en la puerta del colegio de la niña.  “No; no las hemos visto”. 
Luego recordó algo que no recordaba, y salió a buscarlas en la carretera.  Ya no volvió de ahí. 
Caminaba por la orilla; caminaba kilómetros y kilómetros; pensaba que a cada paso las encontraría.
Volvía sobre lo andado y recorría en dirección contraria lo que había caminado. 
Y así otra vez, y otra vez, y otra.  Sucio, desgreñado, consumido por la locura y el asfalto, por los soles, las lluvias y los vientos, por el calor y el frío, se volvió una figura conocida. 
En las pequeñas fondas le daban algo de comer.  Hurgaba en los botes de basura de las gasolineras. 
Dormía cuando el cansancio le ordenaba que durmiera, aunque fuera de día,
y cuando despertaba volvía a caminar, aunque fuera de noche. 
Y recordaba, recordaba algo que había olvidado ya en esa niebla por la que caminaba. 
Algunas veces las veía como si estuvieran ahí, y les hablaba, pero ellas no le decían nada.
Luego olvidó sus nombres.  ¿Cómo se llamaba esa mujer hermosa? Y la niña, aquella niña tan linda,
¿cómo se llamaba? Una palabra le daba vueltas en el pensamiento: Amor. 
Sin embargo estaba seguro de que ninguna de las dos se llamaba Amor.  Entonces el olvido le dolía, y sollozaba. Quienes lo oían se asustaban, sobre todo cuando él les preguntaba con desesperación: “¿No las han visto?”. 
Se apartaban de él, temerosos, y más porque andaba sucio y harapiento, y olía mal.
El hombre volvía a caminar, y miraba a todas partes a ver si las veía. 
Con el tiempo su historia se olvidó. Los cuerdos olvidan más fácilmente que los locos. 
Casi nadie recordaba ya lo sucedido.  Yo sí. Venía él en su coche con su esposa y su hija.
Quizá dormitó un instante -“Si cierro los ojos un momento no pasará nada”-, o iba demasiado aprisa. 
Quién sabe. Se estrelló contra aquel camión pesado.
La mujer y la niña murieron sin darse cuenta de que habían muerto.  Él estuvo varias semanas en el hospital.  Preguntaba por ellas, preguntaba, y nadie le respondía nada. 
Fue entonces cuando empezó a buscarlas en la carretera. 
La gente le decía “El güero”, pues aunque el sol le oscureció la tez conservó siempre los cabellos rubios. 
La barba tupida y en desorden que le creció al paso de los días era rubia también. 
Yo lo recuerdo así: Caminando, caminando siempre por aquel camino negro que atravesaba el desierto en una infinita línea recta.  Un día lo encontraron muerto, atropellado. 
Sé cómo sucedió su muerte.  O lo imagino, y en estos casos imaginar es lo mismo que saber. 
Oyó sus voces al otro lado de la carretera, y la cruzó.  Entonces vio una luz, y al final de esa luz las vio a ellas.  Les preguntó sencillamente: “¿Dónde estaban?”. 
Su esposa le respondió con la misma naturalidad: “Acá.  Te buscábamos también”.
La niña corrió a abrazarlo: “¡Papi!”.  Se fundieron los tres en el abrazo. Y él ya no estuvo sucio ni harapiento. 
No tuvo barba ya, y el sol, y el viento, y la lluvia, y el calor y el frío ya no le hicieron daño.
Y no caminó más.  Había encontrado al fin lo que buscaba.
Aquel nombre que le daba vueltas en la cabeza: Amor, regresó a él. 
Entonces supo que ellas se llamaban Amor, y él igualmente.  Supo entonces que todo, lo mismo en la vida que en la muerte, se llama así: Amor... FIN.

sábado, 6 de abril de 2013

¿Que significa el anillo de bodas?

Existe una leyenda china que lo puede explicar de manera bonita y muy convincente… 
Los pulgares representan a los padres. 
Los indices representan tus hermanos y amigos. 
El dedo medio te representa a ti mismo. 
El dedo anular(cuarto dedo) representa a tu pareja.
El dedo menique representa a los hijos.

Ok…primero junta tus manos palma con palma, despues, une los dedos medios de forma que queden nudillo con nudillo asi como se muestra en la imagen….

Ahora intenta separar de forma paralela tus pulgares (representan a los padres), notaras que se abren porque tus padres no estan destinados a vivir contigo hasta el dia de tu muerte, unelos de nuevo.

Ahora intenta separar igual los dedos indices (representan a tus hermanos y amigos), notaras que tambien se abren porque ellos se van, y tienen destinos diferentes como casarse y tener hijos.

Intenta ahora separar de la misma forma los dedos meniques (representan a tus hijos) estos tambien se abren porque tus hijos crecen y cuando ya no te necesitan se van, unelos de nuevo.

Finalmente, trata de separar tus dedos anulares(el cuarto dedo que representa a tu pareja) y te sorprenderas al ver que simplemente no puedes separarlos…eso se debe a que una pareja esta destinada a estar unida hasta el ultimo dia de su vida y es por eso porque el anillo se usa en este dedo.

Desperte


Desperté.

Está brillante aquí. Demasiado brillante. ¿Qué es este lugar?, ¿un hospital?, ¿una prisión? Tiene 4 paredes, un rígido catre y un respiradero. ¿No hay una puerta?
Piensa… ¿Qué pasó? Algo pasó, ¿dónde estaba anoche?, ¿dónde quedé dormido? Maldición… no puedo pensar. No puedo pensar en nada. ¿Es esto alguna clase de experimento? No puedo pensar. ¡No puedo tan siquiera  recordar mi maldito nombre!
Mira a tu alrededor, tarado. Paredes sólidas; encerrado en una habitación. Estoy en un psiquiátrico. ¡Eso es! ¡Soy un desquiciado! O lo era, al menos. Estoy en paz con ello ahora. ¿Estoy curado? ¿Me puedo ir?
Me levanto. Me reviso; estoy desnudo. Aunque bastante limpio, como el resto del cuarto. Todo cuanto me rodea es blanco y pulcro. Está demasiado brillante aquí.
—¿Hola?… ¿Hay alguien aquí?… ¡Necesito ayuda! —grito. No hay respuesta—. ¡Alguien, por favor, ayuda!
Camino alrededor palpando las paredes. ¿Dónde está la puerta? Tiene que haber una. ¿Qué demonios? ¡Tiene que haber una puerta!
No la hay, simples paredes. Miro bajo el catre en busca de algo, lo que fuese. Nada, tampoco.
¿Sí estoy en un psiquiátrico? Esto parece tan irreal. ¿Por qué no puedo recordar mi nombre?
—Hey, al fin te levantaste. —Escucho la voz de un hombre venir por el respiradero. Corro hacia él emocionado.
—¡Sí! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —le grito entusiasmado.
—¿No recuerdas nada, cierto? —me pregunta.
—No. No recuerdo nada antes de despertarme, hace un momento.
—No te preocupes —dijo con un tono divertido en su voz—, creo que te irá bien.
¿Me irá bien?
—Por favor —ruego—, ¿qué está sucediendo?
Sólo escucho silencio.
—¡Dime! —grito. Se hace eco por el respiradero, y nunca llega una respuesta.
Horas pasan.
Se me ha dejado a solas con mis pensamientos. Intento llegar a los rincones de mi mente, descubrir quién rayos soy. Esto es todo tan ajeno para mí.
Camino por las paredes, sintiendo cada centímetro, buscando una salida. Tiene que haber algo. ¡No es como si este lugar se construyera a mi alrededor! ¿Por qué no puedo encontrar nada? Grito por ayuda hasta que mi garganta se seca. Si alguien está escuchando, si ese hombre sigue allí afuera, no va a responder.
Exhausto, me recuesto.
Al despertar encuentro comida. Una bandeja con pan, arroz y un filete puestos al otro extremo del cuarto. Hay un vaso con agua junto. Estoy muy hambriento; sin vacilar, camino para comer el platillo. Está delicioso. Cuando me lo acabo, recobro conciencia de dónde estoy.
Me muevo hacia el respiradero y grito. —¿Hola?
—¡Hola! —Escucho de vuelta, en un tono alegre.
—¿Quién eres? —pregunto.
—¿Disfrutaste tu comida? —me da de respuesta.
—¡¿Dónde estoy?! ¡Déjame salir!
—Saldrás pronto. ¡Tenemos que asegurarnos de que estés saludable!
¿Qué? ¿En serio soy un jodido experimento? Estoy suficientemente saludable. Quiero respuestas. Quiero saber dónde estoy.
—¡Déjame salir ahora, desgraciado!
La voz se fue de nuevo. Por más que le grito no me responde, estoy solo.
Repaso mi rutina de buscar por una salida, y claro, no la encuentro. Siento que necesito usar el baño, pero no hay nada parecido aquí. Tengo demasiada dignidad como para hacerlo en una esquina. No dejaré que me vean hacer eso.
Eventualmente me recuesto y lloro. Grito y grito y lloro hasta estar completamente agotado. No tardo en quedar dormido de nuevo.
Algo extraño pasa entonces, sueño.
En mi mente estoy volando. Veo tres árboles, ríos; todo iluminado por rayos de sol. Puedo sentir una incómoda sensación en mi estómago y boca. Me duelen un poco. Despierto de nuevo en la prisión. Todavía siento un poco de dolor en mi estómago. Lo sobo con mi mano y palpo algo rugoso. Cuando miro abajo, veo una protuberante cicatriz allí. La misma cosa está en mi mejía. Estoy asustado, pero más que todo, enojado. Están jugando conmigo. Esperan a que me duerma y comienzan con sus malditos juegos. Miro a las paredes y grito. Quiero salir de esto.
—¿Estás bien? —Escucho esa familiar voz de nuevo.
—¡Me heriste desgraciado!, ¡me abriste! ¡¿Qué demonios me hiciste?! —Golpeo el respiradero tan fuerte como puedo. Lo voy a romper. Voy a hacer a golpes mi camino hasta ese hombre y obligarlo a que me de respuestas. Lo golpeo y golpeo una y otra vez. Mi mano duele demasiado. Creo que la rompí. No me importa. Continúo golpeando y gritando.
—Por favor, cálmate. Siento haberte hecho daño. Lo haré todo mejor pronto. ¿Te sientes sólo?
Me rehúso a contestar. Lo ignoro, justo como él me ignora a mí. Al diablo con él. No parece importarle si respondo o no. No le importo. A nadie, de hecho. Soy un animal, un jodido experimento.
—Por favor, no te preocupes. Las cosas mejorarán, ¡lo prometo! —Y con eso se fue.
Me siento en mi rígida y pequeña cama, viendo a mi mano. No puedo mover mis dedos sin que un punzante dolor asalte mi brazo. Es ahora que me doy cuenta de cuán jodido está esto. ¿Qué me hice? Ese respiradero no se va a mover ni romper, sin importar lo que haga. Nada se va a mover o romper. Estoy atascado. Eso es todo lo que hay. Estoy atascado y no me iré a ningún lado.
Mi mente divaga, y el tiempo pasa.
Despierto. Me han dejado más comida. La voz habla de vez en cuando, diciéndome tonterías encriptadas que ni me importa tratar de entender. Luego duermo. Sueño a veces, no siempre. Algunos son pesadillas. Que las paredes se achican y achican hasta que no queda más espacio para mí y soy aplastado. Mis huesos se quiebran y mis pulmones colapsan. Estoy aterrado. Quiero salir.
Me despierto de nuevo para ser abordado por más dolor en mi cuerpo. Hay una nueva cicatriz en mi pecho a lo largo de mi costilla, y otra en mi cabeza. Éstas se ven un poco más grandes que las usuales, y también duelen más. Pero esto no es, en lo absoluto, lo más inusual del día.
Miro a lo largo de la habitación y no puedo creer lo que veo. Hay una mujer aquí. Una mujer, de unos 17, recostada en el suelo, completamente desnuda. Es hermosa. Estoy lleno de alegría. No sé qué tienen en mente, pero no me importa. ¡Hay otra persona aquí! Alguien a quien puedo tocar, ¡y mirar! Alguien que sé que es real. Que quizá pueda ayudarme a salir de aquí.
Me levanto y camino hacia ella. Toco su hombro y comienzo a hablarle.
—Hey, ¿hola?… Despierta. —Sus ojos parpadean y dirige su mirada a mí. Está asustada. No sé por lo que ha pasado, pero no comparte mi entusiasmo por estar con otro ser humano. Grita y se arrincona en el extremo de la habitación. Intento calmarla, en vano.
—¡Por favor, no! ¡No voy a lastimarte! —digo lo más sosegado que puedo—. ¡Estoy de tu lado! Por favor, cálmate. Confía en mí —Ella sólo queda encogida en el rincón—. Escucha, he estado aquí por tanto tiempo. ¿Sabes algo acerca de todo esto?, o ¿quién nos retiene aquí? —Sólo responde con un callado sollozo—. Bueno,  no tienes que preocuparte, ya veremos qué hacer. Saldremos de aquí, ¿sí? Saldremos de aquí. —Me doy cuenta de que puede necesitar algún tiempo para volver a la realidad. Voy al respiradero, dándole su espacio.
—Estará bien —escucho desde dentro del respiradero—, sólo necesita un momento para acostumbrarse. —Y tengo que darle la razón.
Eventualmente, después de horas de llorar, se calma. Me siento con ella e intento hacerle algunas preguntas. Nunca responde; de hecho, no creo que pueda comprender lo que le digo. Pero siento que el sonido de mi voz la calma un poco, así que sigo hablando. Le cuento de mis experiencias de estar aquí comenzando desde que desperté. Intento repasar cada detalle en el que puedo pensar de mi tiempo en esta prisión. Entonces me abraza y me siento increíble. La cálida, suave piel de su desnudo cuerpo contra mí es diferente que cualquier cosa que haya experimentado en esta dura y fría habitación. Corro mis dedos por su cabello y gime ligeramente. Nos sentamos allí en el piso por horas. Ahora veo que sí comprende. A pesar de esta jodida situación, me siento mucho mejor ahora.
Los días continúan pasando. Las cicatrices se desvanecen y ninguna nueva aparece. La comida viene y ahora se nos ha dado el “lujo” de tener un lugar para ir al baño. La chica y yo nos hemos intimado mucho. Incluso hicimos el amor unas cuantas veces.
Estamos sentados en el suelo besándonos. Acabamos de hacer el amor y fue hermoso. Ella confía en mí, y yo en ella. Nunca le haría daño, y nunca dejaría que nadie más lo hiciese.
—Te amo. —le digo, y beso su cabello. Me sonríe y lo repite. Sé que entiende su significado; puedo oírlo en su voz. En lo que se prepara para dormir me prometo que saldré de esta habitación, y la llevaré conmigo.
Entonces pasa. Despierto y no está. Desesperado corro al respiradero.
—¡¿Qué has hecho con ella?! ¡Devuélvemela! —grito.
—¡No te preocupes! —dice la voz a la que estoy acostumbrado—, ella está bien. ¡Sólo fue a un nuevo lugar! Es algo en lo que hemos estado trabajando por un tiempo, ¿te gustaría verlo?
Estoy confundido, molesto y asustado. No tiene punto luchar. Él tiene el control. Tiene mi voluntad. Me seco las lágrimas y le digo que sí. Le ruego, de hecho. Le prometo que seré bueno, que haré cualquier cosa que desee. Que no trataré de huir ni golpear las paredes ni nada malo.
—Sólo por favor, déjame estar con ella. Por favor.
—Pronto. —me responde, casi burlándose con sus palabras.
—¡Por favor! —No puedo hacer esto sin ella. La voz se va y me deja solo de nuevo y me quiero morir. Haría lo que fuese para matarme y terminar con todo esto. Pero no puedo dejarla. Me necesita, y le prometí que nunca la dejaría. Lloro y grito en el rincón hasta que toso sangre. Finalmente vomito y me desmayo del cansancio.
Despierto en un lugar extraño. ¿Es un sueño? Veo que tiene árboles, pasto. El hermoso cielo por sobre mío. ¡No estoy en la prisión! ¡Esto no puede ser real!, pero lo es. ¡Lo es! Un momento, ¿qué significa esto?
Corro. Corro por todos lados buscándola. Me lo prometió. Ella tiene que estar aquí. Comienzo a encariñarme realmente de este lugar. Miro a mi alrededor y veo que todavía estoy confinado. Grandes muros blancos rodean el área extendiéndose por al menos 20 pies sobre el suelo. Me preocuparé por eso cuando esté con ella de nuevo. Por ahora sólo tengo que encontrarla. Los árboles son tan bellos. Todo lo es, sólo falta ella.
La escucho. Grita de alegría y corre hacia mí. Nos abrazamos y lloramos así como nos besamos apasionadamente. Estoy feliz. Estoy tan feliz por que me dejaron estar con ella de nuevo. Luego de que ambos nos calmamos, decidimos dar un recorrido por el lugar.
Por horas vagamos el área. Quien sea que es nuestro captor, en serio se esforzó en este lugar. Hay un río que fluye a través de la entera instalación. Una inmensa máquina que se alza más allá de los muros y hasta el cielo. Cuando nos acercamos a ella se nos ofrece comida. Toda la comida que podríamos desear. Y toda es deliciosa. Esto es increíble. Nos servimos todo cuanto podemos hasta estar completamente saciados. El hombre del respiradero nunca nos habla aquí, pero sé que nos observa.
Pero nos topamos con algo. Ella sonríe emocionada al notarlo. “¡Mira, mira!”, me susurra. Lo que vemos es un árbol, justo como los otros. Aunque está peligrosamente cerca del muro y alto suficiente como para poder subirlo y saltarlo. Sería una tremenda caída, y valdría la pena sólo para llegar al fondo de todo esto. Esta es nuestra forma de escapar; pero tenemos que ser cuidadosos. Le digo que tenemos que esperar, calmarnos. Si nos apuramos podríamos arruinarlo todo. Ella entiende. Sé que no le gusta. Le digo que espere un día o dos para ingeniar la mejor manera de hacer esto.
Esa noche escucho de nuevo la voz de mi viejo amigo. Está fuera de mi vista, como siempre.
—Olvídalo —me dice—. Sólo disfruta de tu nuevo hogar.
  —Prisión —le corrijo—. Esta es una jodida prisión. Y todo lo que he esperado desde que desperté ha sido la maldita verdad, y no he recibido nada de ti. Estás enfermo. He estado aquí, como rehén, por meses, ¡años! ¡Sólo dime quién soy! —Silencio.
Está decidido, saldremos de aquí.
  El sol se levanta y hago mi trayecto hasta mi amada. Supongo que estará en el árbol. Cuando por fin llego veo que ya ha escalado la mitad del camino.
—¡Espera! —le grito. Me mira y sonríe. Hace un ademán para que vaya hacia ella. Todavía estoy asustado, pero me doy cuenta de que no me puedo permitir tal cosa. Tengo que darle la cara a estas personas, estos bastardos. Voy con todo lo que tengo.
Juntos rápidamente nos hacemos hasta la cima del árbol. Ella alcanza la rama más alta y se apoya por el lado del muro. Miro a su rostro y veo una expresión de total y desenfrenado éxtasis. Ha ganado. Lo sabe. Lo que sea que ve al otro lado, sabe que es la libertad. Me sonríe y veo la curiosidad infantil en sus ojos. Sin ser capaz de esperar más, se inclina hacia mí, me besa y sube sobre el muro.
¡Demonios! La escucho llegar abajo con una caída. Ella grita y oigo su cuerpo golpear el suelo del otro lado. Por favor que esté bien. ¡Que nada le haya pasado! Sin pensar me movilizo a la cima del muro y salto de allí.
La caída resulta fuerte para mí también. Cuando caigo sobre el suelo siento un dolor como ningún otro que he sentido de mis cicatrices. Aunque no creo que nada esté roto. Ella está llorando sobándose la pierna. La reviso, pero parece estar bien. Veo algo diferente en ella. Quizá es por la luz; su piel se mira más áspera. Está sucia por la caída, yo también. Finalmente me pongo en pie y reviso en dónde estamos ahora.
Miro arriba en la pared que acabamos de escalar, orgulloso de nuestro logro. Luego escucho algo. Un tanto cerca de nosotros veo otro edificio. Uno grande en forma de platillo con una puerta mecánica que acaba de abrirse.
Caminamos hacia él lentamente, teniendo cuidado de no lastimarnos más. Mis piernas todavía me están matando. Así como nos acercamos, el edificio hace un increíble sonido que nos detiene en seco. Fuera de la puerta caminan… otros. Las únicas otras personas que he visto.
No son como nosotros. Son más altos. Son más delgados. Visten con prendas y el tono de su piel es mucho más claro que el nuestro. Tienen que haber al menos dos docenas de ellos. Uno de ellos se nos acerca. Camina hasta unos 15 ó 20 pies de distancia de nosotros y se detiene. Nos mira intensamente. Todo lo que podemos hacer es devolverle la mirada. Cuando por fin habla me golpea con fuerza. Este hombre, este hombre que estoy viendo de cara a cara, es el hombre del respiradero. Él es la voz que me ha enjaulado y atormentado por tanto tiempo.
—¿Pero qué han hecho? —nos dice. No puedo definir por sus grandes y negros ojos si está molesto o triste—. Han arruinado todo lo que hemos hecho por ustedes.
—¡Jódete! —le grito—, ¡no estamos para ser tus malditos esclavos!
Congela su mirada en nosotros por minutos. Voltea a sus compañeros, todavía dentro del edificio. Deja salir un fuerte suspiro y nos mira de vuelta.
—Sabíamos que era sólo cuestión de tiempo. Tendrán que hacer las cosas por su cuenta ahora. Ésta es, me temo, la única forma en que pueden aprender.
No sé qué decir. No estoy seguro de a qué se refiere. No sé tampoco si me interesa. Sólo lo quedo viendo, abrazando a mi amada.
Camina de vuelta al edificio y la puerta se cierra. La construcción entera se desplaza al aire. En medio de un intenso destello, las paredes y todo dentro de nuestra antigua prisión, desaparece, sin dejar rastro. El edifico volador se eleva más y más hasta que lo perdemos de vista. Finalmente, estamos solos.
Juntos vagamos por el área, buscando respuestas. Estoy comenzando a sentirme intranquilo ahora. Tengo hambre, y por la primera vez que puedo recordar, no tengo comida. No hay ningún dispensador, no hay ninguna máquina, ninguna mágica bandeja esperándome.
Ha sido muy diferente este último par de años. Estábamos tan perdidos cuando se fueron. Me odio por admitirlo, pero quiero volver con ellos. Quiero volver a escuchar su voz y tener mi comida, que me limpien y se encarguen de mí. Lo que comemos ahora sabe terrible. La forma en que vivimos es terrible. Nos ensuciamos. Nos lastimamos. Cuando dormimos ya no somos limpiados ni curados como antes. Nos despertamos de la misma forma en que nos fuimos a dormir.
No fue sino hasta que se fueron que nos dimos cuenta de cuánto los necesitábamos.
Es helado aquí afuera. Tenemos que matar animales que merodean y usar sus pieles para mantenernos calientes. Nos sentimos estúpidos, sucios y sin esperanza. Odiamos en lo que nos hemos convertido. A veces me despierto por la noche y trato de regresar su voz a mi cabeza. Intento hablar con él y seguir esperando y esperando por una respuesta. Pero no la hay. Quien sea que fuesen, se han ido para siempre. Sólo somos Eva y yo ahora.
Hemos trabajado fuerte para construir un refugio estable que albergue a nuestra familia. Estamos esperando nuestro primer hijo. Es difícil, pero sé que podemos hacerlo. En la cansada noche ella se recuesta, yo tomo su mano y acaricio su cabello.
—¿Dónde crees que hayan ido, Adán?, ¿crees que alguna vez volverán por nosotros?
Intento ser valiente por ella. —No lo sé, quizá lo hagan. Nos aman, sé que todavía lo hacen.
Beso su cabello como lo he hecho tantas veces antes. Y espero, más que nada, que lo que acabo de decirle sea verdad.


domingo, 20 de enero de 2013

La Señora De La Tienda De Zapatos

La Señora De La Tienda De Zapatos


Un niño estaba parado, descalzo, frente a una tienda de zapatos temblando de frío. Una señora se acercó y le dijo: "Mi pequeño amigo ¿qué estás mirando con tanto interés en esa ventana?". Él respondió: "Le estoy pidiendo a Dios que me de un par de zapatos".

La señora lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda y pidió a un empleado media docena de pares de medias para el niño y un par de zapatos. Preguntó si podría prestarle una tina con agua y una toalla y llevó al niño a la parte trasera de la tienda. Con cariño empezó a lavar los pies del niño y se los secó, luego le colocó las medias y los zapatos. Ella acarició al niño en la cabeza y le dijo: "¡No hay duda pequeño amigo que te sientes más cómodo ahora!".

Mientras ella daba la vuelta para marcharse, el niño muy feliz, la alcanzó y la tomó de la mano, mirándola con lágrimas en los ojos le preguntó: "¿Es usted la esposa de Dios?. La Señora le respondió: "No, solamente soy una mujer agradecida con lo que el me ha dado, ".

viernes, 11 de enero de 2013

LA MARIONETA DE TRAPO

LA MARIONETA DE TRAPO

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera.

Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
...
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.

Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse!

A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.

A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.

Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.

He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.

He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.

Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.

Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas.

Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.

Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría "te quiero" y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.

Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.

El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.

Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles "lo siento", "perdóname", "por favor", "gracias" y todas las palabras de amor que conoces.

Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan.

martes, 12 de junio de 2012

Un grano de Café

Un grano de café

Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y como las cosas le resultaban tan difìciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejo hervir sin decir palabra. La hija espero impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su Padre.

A los veinte minutos el padre apagó el fuego; Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en un plato.
Coló el café y lo puso en una taza. Mirando a su hija le dijo:
"Querida; ¿Que ves?" "Zanahorias, huevos y café; fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias.
Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro.
Luego le pidio que probara el cafe?. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Que significa esto, Padre?"
El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua fragil. Su cascara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café? sin embargo eran los únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta", ¿cómo respondes? "Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"
Y cómo eres tú: "Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
"Eres un huevo, que comienza con un corazon maleable? Posees un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero "Eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazon endurecido? "O eres como un grano de café? ¿El café? cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las
cosas se ponen peor tu reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
¿Como manejas la adversidad?
Eres una zanahoria, un huevo o un grano de cafe

lunes, 4 de junio de 2012

Boles (Máximo Gorki)

He aquí lo que me refirió un día un amigo: Cuando yo era estudiante en 
Moscú, habitaba en la misma casa que yo una de "esas señoras". Era polaca y se llamaba Teresa. Una morenaza muy alta, de cejas negras y unidas y cara grande y ordinaria que parecía tallada a hachazos. Me inspiraba horror por el brillo bestial de sus ojos oscuros, por su voz varonil, por sus maneras de cochero, por su corpachón de vendedora del mercado. Yo vivía en la buhardilla, y su cuarto estaba frente al mío. Nunca abría la puerta cuando sabía que ella estaba en casa, lo que, naturalmente, ocurría muy raras veces. A menudo se cruzaba conmigo en la escalera o en el portal y me dirigía una sonrisa que se me antojaba maligna y cínica. Con frecuencia la veía borracha, con los ojos huraños y los cabellos en desorden, sonriendo de un modo repugnante. Entonces solía decirme: -¡Salud, señor estudiante! Y se reía estúpidamente, acrecentando mi aversión hacia ella. Yo me hubiera mudado de casa con tal de no tenerla por vecina; pero mi cuartito era tan mono y con tan buenas vistas, y la calle tan apacible, que yo no acababa de decidirme a la mudanza. Una mañana, estando aún acostado y esforzándome en encontrar razones para no ir a la Universidad, la puerta se abrió de repente, y aquella antipática Teresa gritó desde el umbral con su bronca voz: -¡Salud, señor estudiante! -¿En qué puedo servir a usted? -le pregunté. Observé en su rostro una expresión confusa, casi suplicante, que yo no estaba acostumbrado a ver en él. -Mire usted, señor... Yo quisiera pedirle un favor... Espero que no me lo negará usted. Seguí acostado y guardé silencio. Pensé: "Se vale de un subterfugio para atentar contra mi castidad, no cabe duda. ¡Firmeza, Egor!" -Mire usted, necesito escribir una carta... a mi tierra -dijo con acento extremadamente tímido, suave y suplicante. "Bueno -pensé-; si no es más que eso, ¿por qué no?" Me levanté, me senté ante la mesa, cogí papel y pluma y le dije: -Siéntese usted y dícteme. Avanzó, se sentó llena de embarazo, y me miró con aire confuso. -Bueno; ¿cuál es la dirección? -Señor Boleslav Kachput, en Sventiani, camino de hierro de Varsovia... -¿Quiere usted decirme lo que he de escribir? -Escriba usted: "Mi querido Boles... corazón mío... mi fiel enamorado... ¡que la Santísima Virgen te proteja!... Tesoro mío, ¿por qué no has escrito desde hace tiempo a tu palomita Teresa, que está muy triste?" Me costó gran trabajo contener la risa; aquella "palomita" tenía cerca de dos metros y medio de estatura y unos puños enormes, y era tan sucia, que parecía haber pasado la vida limpiando chimeneas sin lavarse nunca. Logré permanecer serio, y le pregunté: -¿Quién es ese Bole? -¡Boles, señor estudiante! -rectificó, visiblemente contrariada por mi deformación del nombre- Boles es mi novio. -¡Novio de usted! -¿Por qué, señor estudiante, se muestra tan asombrado? ¿Acaso yo, una muchacha, no puedo tener novio? ¡Ella una muchacha! -¿Por qué no? Todo es posible. ¿Hace mucho tiempo que son ustedes novios? -Más de cinco años. -¡Caramba! -me dije. En fin, acabé de escribirle la carta. Una carta tan tierna, tan amorosa, que yo hubiera con gusto ocupado el lugar de Boles si su corresponsal no hubiese sido Teresa, sino otra mujer de menores dimensiones. -¡Se lo agradezco a usted de todo corazón, señor estudiante! Me ha prestado usted un gran servicio -me dijo Teresa saludándome-. ¿No podría yo, en pago, prestarle a usted otro a mi vez? -No; se lo agradezco. -¿No necesita el señor estudiante que le remienden la camisa o los pantalones? Aquel mastodonte con faldas me puso colorado, permitiéndose tal suposición. Nada suavemente, le contesté que no tenía necesidad de sus servicios. Y se marchó. Pasaron quince días. Una tarde estaba yo sentado junto a la ventana, pensando en el modo de abstraerme de mi propia persona. Me aburría terriblemente. Hacía mal tiempo; yo no tenía ganas de ir a ninguna parte, y me entregaba al autoanálisis. Esto no era muy divertido; pero yo estaba tan sin ánimos... De pronto, la puerta se abrió; por fin llegaba alguien. -¿El señor estudiante no tiene ninguna ocupación urgente? Era Teresa... ¡Diablo! -No. ¿Por qué? -Yo le agradecería al señor estudiante que me escribiera otra carta. -Estoy a su disposición de usted. ¿La carta es para Boles? -No; hoy es de él. -¿Cómo? -¡Qué estúpida soy! Me he explicado muy mal. Hoy no se trata de escribirme una carta a mí, sino a una amiga... Es decir, no a una amiga, sino... a un joven... No sabe escribir y tiene una novia... Se llama como yo: Teresa... ¿Ha comprendido usted?... Tendrá la amabilidad de escribirle una carta a la otra Teresa... La miré; parecía llena de confusión; sus dedos temblaban... A pesar de lo embrollado de sus palabras, empecé a adivinar... -Escúcheme, señora -le dije-: los Boles y las Teresas sólo existen en su imaginación de usted. Ha inventado usted esas mentiras para hacerme caer en su trampa. Pero usted se engaña. No tengo maldita la gana de entrar en relaciones con usted. ¿Me entiende? Pareció de pronto extrañamente temerosa y confusa, y empezó a mover de un modo grotesco los labios, queriendo decir algo, pero sin decir nada. Yo la contemplaba, y pensaba que, a lo que parecía, me había equivocado un poco al atribuirle la intención de hacerme abandonar el camino de la virtud y que debía de ser otro su objeto. -¡Señor estudiante!... -comenzó. Pero no pudo terminar; de un modo repentino, brusco y como desesperado volvió la espalda y se marchó. Yo me quedé de muy mal humor. Tras una corta reflexión, me decidí a ir a su cuarto para invitarla a volver al mío. Estaba dispuesto a escribirle todo lo que quisiera. Al entrar en su cuarto, vi que estaba sentada junto a su mesa y con la cabeza entre las manos. -¡Oiga usted! -le dije. Siempre, cuando llego a este punto de mi narración, me asombro de mi estupidez... ¡Fue aquello tan tonto! -¡Oiga usted! -le dije. Se levantó bruscamente, se dirigió hacia mí, con los ojos brillantes; apoyó sus manos en mis hombros, y empezó a murmurar, o, mejor dicho, a tronar con su bronca voz: -¡Bueno! Supongamos que no hay, en efecto, ningún Boles... Que Teresa tampoco existe... ¿Qué le importa a usted? ¿Le cuesta tanto trabajo escribir unas cuantas líneas? Debía darle vergüenza... Tan joven, tan blanco. ¡Sí; no hay ni Boles ni Teresa, sépalo usted! No hay más que yo... ¿Estamos? -Permítame usted -le pregunté, estupefacto por sus palabras-. ¿De qué se trata entonces? ¿No hay ningún Boles? -¡No! -¿Y ninguna Teresa? -Ninguna Teresa tampoco. Teresa soy yo. Yo no comprendía ni una palabra. La miré atónito y me pregunté cuál de los dos se había vuelto loco. Mi vecina se acercó de nuevo a la mesa, buscó en ella algo y después se dirigió hacia mí y me dijo con tono de enojo: -¡Si ha sido para usted tan molesto escribirle la carta a Boles, tómela, llévesela si quiere. Ya encontraré otros señores que se presten gustosos a escribirme cartas. Y vi que me alargaba la que yo le había escrito a Boles. ¡Demontre! -Oiga usted, Teresa. ¿Qué significa esto? ¿Para qué quiere usted pedirle a los demás que le escriban cartas cuando ni siquiera ha echado ésa al correo? -¿Pero a quién quiere usted que se la remita? -¡A ese... a Boles! -¡Pero si no existe! ¡Decididamente, yo no comprendía una palabra! No me quedaba más que irme. Y lo hubiera hecho al punto de no haberse empeñado ella en explicarse. -¿Qué? -dijo enojada-. Ya le digo a usted que Boles no existe... Y se pintó en su rostro una gran extrañeza de que no existiera. -Sin embargo, debía existir. ¿No soy yo un ser humano como los demás? Claro que soy... En fin, ya sé lo que soy; pero no le hago daño a nadie si le escribo... -Perdone usted. ¿A quién? -¡Toma, a Boles! -¡Pero si no existe! -¡Jesús, María! ¿Qué importa que no exista? Yo me lo imagino. Le escribo y me figuro que existe en realidad. Teresa soy yo; él me contesta... y luego, a mi vez le contesto yo... Entonces comprendí. ¡Me dio una vergüenza, experimenté un dolor, una pena! ¡Junto a mí, a tres pasos de mi puerta, vivía una mujer a quien nadie en el mundo le había dado muestras de afecto, y se había inventado un amigo! -Mire usted -continuó-, usted me ha escrito una carta para Boles, yo se la doy a leer a otros, y cuando les oigo leérmela, me hago la ilusión de que Boles, en efecto, existe. Después suplico que me escriban una carta de Boles para Teresa, es decir, para mí. Y cuando me leen esta carta, no me cabe ya duda de que existe Boles, lo cual me hace la vida más llevadera. -¡Diablo! ¡Vaya una historia! -me dije. En fin, a partir de aquel día, comencé a escribir puntualmente dos veces por semana cartas a Boles y respuestas de éste a Teresa, que escuchaba ella llorando de emoción o más bien aullando broncamente. En pago de las lágrimas que le arrancaban las respuestas del Boles imaginario, me zurcía gratis los calcetines, las camisas y otras prendas. A los tres meses, la metieron en la cárcel, no sé con qué motivo. Probablemente se habrá muerto ya...