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martes, 12 de junio de 2012

Un grano de Café

Un grano de café

Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y como las cosas le resultaban tan difìciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejo hervir sin decir palabra. La hija espero impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su Padre.

A los veinte minutos el padre apagó el fuego; Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en un plato.
Coló el café y lo puso en una taza. Mirando a su hija le dijo:
"Querida; ¿Que ves?" "Zanahorias, huevos y café; fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias.
Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro.
Luego le pidio que probara el cafe?. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Que significa esto, Padre?"
El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua fragil. Su cascara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café? sin embargo eran los únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta", ¿cómo respondes? "Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"
Y cómo eres tú: "Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
"Eres un huevo, que comienza con un corazon maleable? Posees un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero "Eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazon endurecido? "O eres como un grano de café? ¿El café? cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las
cosas se ponen peor tu reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
¿Como manejas la adversidad?
Eres una zanahoria, un huevo o un grano de cafe

lunes, 4 de junio de 2012

Boles (Máximo Gorki)

He aquí lo que me refirió un día un amigo: Cuando yo era estudiante en 
Moscú, habitaba en la misma casa que yo una de "esas señoras". Era polaca y se llamaba Teresa. Una morenaza muy alta, de cejas negras y unidas y cara grande y ordinaria que parecía tallada a hachazos. Me inspiraba horror por el brillo bestial de sus ojos oscuros, por su voz varonil, por sus maneras de cochero, por su corpachón de vendedora del mercado. Yo vivía en la buhardilla, y su cuarto estaba frente al mío. Nunca abría la puerta cuando sabía que ella estaba en casa, lo que, naturalmente, ocurría muy raras veces. A menudo se cruzaba conmigo en la escalera o en el portal y me dirigía una sonrisa que se me antojaba maligna y cínica. Con frecuencia la veía borracha, con los ojos huraños y los cabellos en desorden, sonriendo de un modo repugnante. Entonces solía decirme: -¡Salud, señor estudiante! Y se reía estúpidamente, acrecentando mi aversión hacia ella. Yo me hubiera mudado de casa con tal de no tenerla por vecina; pero mi cuartito era tan mono y con tan buenas vistas, y la calle tan apacible, que yo no acababa de decidirme a la mudanza. Una mañana, estando aún acostado y esforzándome en encontrar razones para no ir a la Universidad, la puerta se abrió de repente, y aquella antipática Teresa gritó desde el umbral con su bronca voz: -¡Salud, señor estudiante! -¿En qué puedo servir a usted? -le pregunté. Observé en su rostro una expresión confusa, casi suplicante, que yo no estaba acostumbrado a ver en él. -Mire usted, señor... Yo quisiera pedirle un favor... Espero que no me lo negará usted. Seguí acostado y guardé silencio. Pensé: "Se vale de un subterfugio para atentar contra mi castidad, no cabe duda. ¡Firmeza, Egor!" -Mire usted, necesito escribir una carta... a mi tierra -dijo con acento extremadamente tímido, suave y suplicante. "Bueno -pensé-; si no es más que eso, ¿por qué no?" Me levanté, me senté ante la mesa, cogí papel y pluma y le dije: -Siéntese usted y dícteme. Avanzó, se sentó llena de embarazo, y me miró con aire confuso. -Bueno; ¿cuál es la dirección? -Señor Boleslav Kachput, en Sventiani, camino de hierro de Varsovia... -¿Quiere usted decirme lo que he de escribir? -Escriba usted: "Mi querido Boles... corazón mío... mi fiel enamorado... ¡que la Santísima Virgen te proteja!... Tesoro mío, ¿por qué no has escrito desde hace tiempo a tu palomita Teresa, que está muy triste?" Me costó gran trabajo contener la risa; aquella "palomita" tenía cerca de dos metros y medio de estatura y unos puños enormes, y era tan sucia, que parecía haber pasado la vida limpiando chimeneas sin lavarse nunca. Logré permanecer serio, y le pregunté: -¿Quién es ese Bole? -¡Boles, señor estudiante! -rectificó, visiblemente contrariada por mi deformación del nombre- Boles es mi novio. -¡Novio de usted! -¿Por qué, señor estudiante, se muestra tan asombrado? ¿Acaso yo, una muchacha, no puedo tener novio? ¡Ella una muchacha! -¿Por qué no? Todo es posible. ¿Hace mucho tiempo que son ustedes novios? -Más de cinco años. -¡Caramba! -me dije. En fin, acabé de escribirle la carta. Una carta tan tierna, tan amorosa, que yo hubiera con gusto ocupado el lugar de Boles si su corresponsal no hubiese sido Teresa, sino otra mujer de menores dimensiones. -¡Se lo agradezco a usted de todo corazón, señor estudiante! Me ha prestado usted un gran servicio -me dijo Teresa saludándome-. ¿No podría yo, en pago, prestarle a usted otro a mi vez? -No; se lo agradezco. -¿No necesita el señor estudiante que le remienden la camisa o los pantalones? Aquel mastodonte con faldas me puso colorado, permitiéndose tal suposición. Nada suavemente, le contesté que no tenía necesidad de sus servicios. Y se marchó. Pasaron quince días. Una tarde estaba yo sentado junto a la ventana, pensando en el modo de abstraerme de mi propia persona. Me aburría terriblemente. Hacía mal tiempo; yo no tenía ganas de ir a ninguna parte, y me entregaba al autoanálisis. Esto no era muy divertido; pero yo estaba tan sin ánimos... De pronto, la puerta se abrió; por fin llegaba alguien. -¿El señor estudiante no tiene ninguna ocupación urgente? Era Teresa... ¡Diablo! -No. ¿Por qué? -Yo le agradecería al señor estudiante que me escribiera otra carta. -Estoy a su disposición de usted. ¿La carta es para Boles? -No; hoy es de él. -¿Cómo? -¡Qué estúpida soy! Me he explicado muy mal. Hoy no se trata de escribirme una carta a mí, sino a una amiga... Es decir, no a una amiga, sino... a un joven... No sabe escribir y tiene una novia... Se llama como yo: Teresa... ¿Ha comprendido usted?... Tendrá la amabilidad de escribirle una carta a la otra Teresa... La miré; parecía llena de confusión; sus dedos temblaban... A pesar de lo embrollado de sus palabras, empecé a adivinar... -Escúcheme, señora -le dije-: los Boles y las Teresas sólo existen en su imaginación de usted. Ha inventado usted esas mentiras para hacerme caer en su trampa. Pero usted se engaña. No tengo maldita la gana de entrar en relaciones con usted. ¿Me entiende? Pareció de pronto extrañamente temerosa y confusa, y empezó a mover de un modo grotesco los labios, queriendo decir algo, pero sin decir nada. Yo la contemplaba, y pensaba que, a lo que parecía, me había equivocado un poco al atribuirle la intención de hacerme abandonar el camino de la virtud y que debía de ser otro su objeto. -¡Señor estudiante!... -comenzó. Pero no pudo terminar; de un modo repentino, brusco y como desesperado volvió la espalda y se marchó. Yo me quedé de muy mal humor. Tras una corta reflexión, me decidí a ir a su cuarto para invitarla a volver al mío. Estaba dispuesto a escribirle todo lo que quisiera. Al entrar en su cuarto, vi que estaba sentada junto a su mesa y con la cabeza entre las manos. -¡Oiga usted! -le dije. Siempre, cuando llego a este punto de mi narración, me asombro de mi estupidez... ¡Fue aquello tan tonto! -¡Oiga usted! -le dije. Se levantó bruscamente, se dirigió hacia mí, con los ojos brillantes; apoyó sus manos en mis hombros, y empezó a murmurar, o, mejor dicho, a tronar con su bronca voz: -¡Bueno! Supongamos que no hay, en efecto, ningún Boles... Que Teresa tampoco existe... ¿Qué le importa a usted? ¿Le cuesta tanto trabajo escribir unas cuantas líneas? Debía darle vergüenza... Tan joven, tan blanco. ¡Sí; no hay ni Boles ni Teresa, sépalo usted! No hay más que yo... ¿Estamos? -Permítame usted -le pregunté, estupefacto por sus palabras-. ¿De qué se trata entonces? ¿No hay ningún Boles? -¡No! -¿Y ninguna Teresa? -Ninguna Teresa tampoco. Teresa soy yo. Yo no comprendía ni una palabra. La miré atónito y me pregunté cuál de los dos se había vuelto loco. Mi vecina se acercó de nuevo a la mesa, buscó en ella algo y después se dirigió hacia mí y me dijo con tono de enojo: -¡Si ha sido para usted tan molesto escribirle la carta a Boles, tómela, llévesela si quiere. Ya encontraré otros señores que se presten gustosos a escribirme cartas. Y vi que me alargaba la que yo le había escrito a Boles. ¡Demontre! -Oiga usted, Teresa. ¿Qué significa esto? ¿Para qué quiere usted pedirle a los demás que le escriban cartas cuando ni siquiera ha echado ésa al correo? -¿Pero a quién quiere usted que se la remita? -¡A ese... a Boles! -¡Pero si no existe! ¡Decididamente, yo no comprendía una palabra! No me quedaba más que irme. Y lo hubiera hecho al punto de no haberse empeñado ella en explicarse. -¿Qué? -dijo enojada-. Ya le digo a usted que Boles no existe... Y se pintó en su rostro una gran extrañeza de que no existiera. -Sin embargo, debía existir. ¿No soy yo un ser humano como los demás? Claro que soy... En fin, ya sé lo que soy; pero no le hago daño a nadie si le escribo... -Perdone usted. ¿A quién? -¡Toma, a Boles! -¡Pero si no existe! -¡Jesús, María! ¿Qué importa que no exista? Yo me lo imagino. Le escribo y me figuro que existe en realidad. Teresa soy yo; él me contesta... y luego, a mi vez le contesto yo... Entonces comprendí. ¡Me dio una vergüenza, experimenté un dolor, una pena! ¡Junto a mí, a tres pasos de mi puerta, vivía una mujer a quien nadie en el mundo le había dado muestras de afecto, y se había inventado un amigo! -Mire usted -continuó-, usted me ha escrito una carta para Boles, yo se la doy a leer a otros, y cuando les oigo leérmela, me hago la ilusión de que Boles, en efecto, existe. Después suplico que me escriban una carta de Boles para Teresa, es decir, para mí. Y cuando me leen esta carta, no me cabe ya duda de que existe Boles, lo cual me hace la vida más llevadera. -¡Diablo! ¡Vaya una historia! -me dije. En fin, a partir de aquel día, comencé a escribir puntualmente dos veces por semana cartas a Boles y respuestas de éste a Teresa, que escuchaba ella llorando de emoción o más bien aullando broncamente. En pago de las lágrimas que le arrancaban las respuestas del Boles imaginario, me zurcía gratis los calcetines, las camisas y otras prendas. A los tres meses, la metieron en la cárcel, no sé con qué motivo. Probablemente se habrá muerto ya...

sábado, 2 de junio de 2012


jueves, 31 de mayo de 2012

El Roble Triste

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era.

- “Lo que te falta es concentración", le decía el manzano. "Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es?”

- “No lo escuches", exigía el rosal, "es más sencillo tener rosas y ¿ves qué bellas son?”

Y el árbol desesperado intentaba todo lo que le sugerían y, como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

- “No te preocupes, tu problema no es tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: no dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... sé tú mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior.” Y, dicho esto, el búho desapareció.

- “¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...?”, se preguntaba el árbol desesperado, cuando, de pronto, comprendió...

Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:

- “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión: cúmplela.”

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

El Cuento De La Mariposa

El Cuento De La Mariposa

Jaume Soler y M. Mercé Conangla



Cuentan que un hombre, mientras paseaba por un campo cercano a su casa, encontró un capullo de mariposa y se lo llevó a casa para poder ver cómo nacía. Un día se dió cuenta de que había un pequeño orificio en el capullo, y entonces se sentó a observar, durante varias horas, cómo la mariposa luchaba para poder salir de allí.

Vio cómo se esforzaba para poder pasar su cuerpo a través del pequeño orificio. Hubo un momento en el que parecía que ya no progresaba en su intento. Daba la sensación de que se había quedado trabada. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la mariposa y, con unas tijeras pequeñas, hizo un corte lateral en el orificio para agrandarlo y facilitarle la salida. Así fue como la mariposa vió la luz. No obstante, tenía el cuerpo muy hinchado y las alas pequeñas y dobladas.
El hombre continuó observando, esperando a que, en cualquier momento, las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar el peso del pequeño cuerpo de la mariposa. Nada de eso sucedió, y la mariposa sólo podía arrastrarse en círculos, con su cuerpo deformado y las alas dobladas... Nunca llegó a volar.
Lo que en su ignorancia no entendió el hombre, inmerso en su espíritu salvador, es que la restricción de la abertura del capullo, y la lucha de la mariposa por salir a través del agujero diminuto, era la forma en que la naturaleza forzaba a los fluidos de su cuerpo a ir hacia las alas a fin de que se hicieran grandes y fuertes para poder volar.

La libertad y el vuelo sólo pueden llegar después de la lucha y el esfuerzo. Y al privar a la mariposa de su lucha, ayudándola a salir del capullo, también le privó de su libertad y de su capacidad de llegar al cielo.

Tu Amistad Vale Mucho Para Mi


Te quiero decir muchas cosas por medio de esta carta
y sinceramente te las mereces...
TU AMISTAD VALE MUCHO!

Te quiero decir que si mañana dejo de existir,
te observaré en el cielo, te cuidaré y, sobre todo,
abogaré por aminorar tu sufrimiento.
Te quiero decir que si dejas este mundo,
Dios no lo quiera, te recordaré y siempre te voy a querer,
cada noche hablaré contigo.

Quiero que sepas que te quiero mucho
y eso es algo muy importante para mí,
ya que hay veces que uno cree
que no es conveniente decirlo por cualquier razón.

Sé que debí decirte antes cuánto te aprecio,
pero si por alguna razón no nos volvemos a ver,
te dejo esta nota para que sepas lo mucho que te quiero.

Y si no alcanzaste a decírmelo y yo dejo de existir,
no te preocupes, que por el simple hecho de nuestra amistad
sabré que me aprecias.

Recuerda que nunca sabemos cuándo dejamos de existir,
por eso quiero decirte hoy con esto
¡Que te aprecio mucho! 

El sueño de ser bailarina


Una jovencita había tomado clases de ballet durante toda su infancia, y había llegado el momento en que se sentía lista para entregarse a la disciplina que la ayudaría a convertir su afición en profesión.
Deseaba llegar a ser primera bailarina y quería comprobar si poseía las dotes necesarias, de manera que cuando llego a su ciudad una gran compañía de ballet, fue a los camarines luego de una función, y hablo con el director.

- Quisiera llegar a ser una gran bailarina, le dijo, pero no se si tengo el talento que hace falta.

- Dame una demostración, le dijo el maestro.

Transcurrido apenas 5 minutos, la interrumpió, moviendo la cabeza en señal de desaprobación.

- No, no tiene usted condiciones.

La joven llegó a su casa con el corazón desgarrado, arrojó las zapatillas de baile en un armario y no volvió a calzarlas nunca más, se casó, tuvo hijos y cuando se hicieron un poco mayores, tomó un empleo de cajera en un supermercado.

Años después asistió a una función de ballet, y a la salida se topó con el viejo director que ya era octogenario, ella le recordó la charla que habían tenido años antes, le mostró fotografías de sus hijos y le comentó de su trabajo en el supermercado, luego agregó:

- Hay algo que nunca he terminado de entender. Cómo pudo Ud. saber tan rápido que yo no tenía condiciones de bailarina?

- Ahhh, apenas la miré cuando Ud. bailó delante de mi, le dije lo que siempre le digo a todas, le contestó.

- Pero eso es imperdonable! exclamó ella, -arruinó mi vida, pude haber llegado a ser primera bailarina!

- No lo creo, repuso el viejo maestro. - Si hubieras tenido las dotes necesarias , no habrías prestado ninguna atención a lo que yo dije.


"Si Piensas que puedes, Puedes.
Y si píensas que no puedes, Acertaste"

El Gigante Egoista


El Gigante Egoista

(Oscar Wild)


Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron  esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

ME DESPIDO DE TI



Te dejo esta carta buscando
Fin a mi dolor, no sé si la leerás
Pero la escribo para que veas
Lo mucho que te he amado

Tan solo la escribo para pedir perdón
Perdón en silencio… ¡Ya no aguanto el dolor!
Ese dolor que dejaste con tu partida

Esa noche que te jure amor eterno
En esta noche no queda nada
Ni esas promesas ni tu calor
Dejaste mi corazón a la deriva

Sé que no volverás ya lo has dejado muy claro
Darme cuenta que este amor
Solo era un espejismo de tu  soledad

    

                                     El Caballero de La Triste Figura